viernes, 17 de mayo de 2013

"Letras por la Igualdad" (Concurso de la Comunidad de Madrid. 4º ESO)

Los textos seleccionados y enviados al concurso son, finalmente, estos, de Gema Fernández y Rut González:



Blue Bird 

¿Cómo describir lo que se siente al surcar el claro y perfecto cielo azul? Si ninguna sensación se asemeja a lo que percibo ahora mismo, si nunca llegué a soñar con lo que estoy viviendo en este momento.

Abro los ojos y contemplo una inmensidad de nubes esponjosas y efímeras. Infinitos olores se cuelan en mis fosas nasales y consiguen que me transporte a diversos rincones del mundo en tan solo unos segundos. Y vuelo, giro sobre mí misma una y otra vez, dejando que alguna tímida carcajada salga de entre mis labios para, poco a poco, llegar a gritar con furia.

Lo había logrado. Había cumplido mi sueño.

*** 

Mi nombre es Leah y mi meta es ser la primera mujer en volar por sí misma.

Vivo en un pueblo al oeste de la capital; se llama Kendral. Es un lugar animado y feliz. Aquí la gente se suele ganar la vida llevando paquetes de aquí a allá. Bueno, así lo hacen los hombres. Las mujeres no tenemos la capacidad de volar: tenemos alas, pero no están tan desarrolladas como las suyas.

Según cuentan, hace mucho tiempo una mujer bellísima, de pelo negro como el carbón, labios rojos como las cerezas y ojos azules como el propio cielo, se rebeló contra Gehik, nuestro jefe, un anciano que aún se encarga de entrenar a los hombres. Ella quería volar, quería ver mundo, como su hermano. Un alba, Gehik le dio la oportunidad de hacerlo, pero solo por un día. El anciano le transmitió sus poderes porque era una ciudadana ejemplar. Hasta ese amanecer.

Según cuentan por los barrios más apartados, Sera, ciega de sus ansias por conocer mundo, huyó del país. Lo que ella no sabía es que una especie de muralla invisible limitaba las fronteras; y esto no era ninguna broma: en el momento en el que cualquiera la tocaba, caía derrotado hacia el mar y desaparecía en la profundidad de las aguas.

Al parecer, eso le pasó a ella; nunca se encontró su cuerpo.

Por su culpa, nos castigaron a todas las mujeres y se nos negó la posibilidad de aprender a volar; ni siquiera con la maquinaria y los motores portátiles que permitían revolotear a las mujeres de los mensajeros más famosos.

*** 

Me paso los días y las tardes en el bosque, junto a Jinki, mi mejor amigo. Le conozco desde que nací, él siempre me ha protegido. Es genial, aunque un poco torpe. Real y sinceramente, le envidio a morir.

Jinki me ayuda a alcanzar los frutos más ricos, los que están en la parte superior de la copa de los árboles. Cada vez que le veo elevarse del suelo me da por pensar, por ilusionarme, por imaginarme a mí misma flotando sobre las nubes. Pero en seguida regreso a la realidad. Yo nunca podría hacerlo, ¿verdad? Solo porque otra mujer incumplió las normas.

Hoy es un día especial. Hoy celebramos el año nuevo estelar: solo un día cada trescientos sesenta y cinco, las estrellas se apagan para dejar que la luna brille más que nunca por sí sola. Como en cada ocasión, nos reunimos todos en el centro del bosque y hacemos una especie de ritual. Esta vez será diferente.

Estoy sentada frente a la hoguera junto a Jinki, bromea sobre los astros y los ancianos, la vida para él es un pasatiempo; para mí, es un tesoro. En el momento en el que la Anciana comienza a contar la historia de Sera, todo el mundo se queda en silencio. Habitualmente voy con Jinki a jugar, pero esta vez presto atención. Y se me ocurre una locura…

*** 

Amanece temprano y los hombres corren a la plaza a por una nueva labor. Hoy es la primera vez en la que mi mejor amigo podrá viajar solo. Ya es mayor de edad.

Le acompaño al punto de reunión, como de costumbre, pero esta vez le cojo del brazo, en cuanto recibe el sobre con el destino, y le comento algo:

–Déjame ir contigo –le digo seria, mirándole a los ojos casi sin pestañear y mordiéndome el labio por dentro de los nervios–. Podemos cambiar el futuro de las mujeres, podemos. Puedo. Sé que puedo demostrar que somos igual de capaces. Por favor, ayúdame.

Lo he hecho. Se lo he pedido.

Tras varias horas discutiendo y dándole razones para que confiase en mí, accede. No creo que sea por otra cosa que porque deba de partir ya. Es su primera misión y debe de cargar conmigo a la espalda; saltarse las reglas de transportar a una mujer con él; y, encima, marcharse tarde. Pobre.

En mitad del vuelo pasa algo que ni él ni yo nos esperamos. Una feroz ráfaga de aire nos zarandea de tal forma que hace que mi viejo amigo pierda el control sobre sí mismo y caigamos sobre una llanura a unos cientos de metros.

Descendemos a una velocidad inigualable, siento que voy a morir. ¿Realmente íbamos a morir? Quizá si no me hubiese llevado consigo podría haber aguantado la presión. Caemos separados. Para mi sorpresa, solo tengo unos rasguños. Corro hacia él y le encuentro derrotado en el suelo. Le sangra un ala. ¡Le sangra un ala! Él finge estar bien, pero no lo está. Se pone de pie y hace un intento de alzarse sobre el suelo. No puede. Los dos sabemos que si falla en esta ocasión, su futuro se verá igualado a cero. Le ayudo a apoyarse contra un árbol y regreso a por el paquete que tenía que entregar. Me quedo pensativa por un instante. Me acerco a él y le miro a los ojos de nuevo, suspiro profundamente y le pregunto si confía en mí. Él dice que sí, que si no, no me habría aguantado todos estos años. Me aparto de él y me concentro. Él ha arriesgado su vida y su futuro por mí, muchísimas veces, y… ¿qué he hecho yo por él? Noto algo recorriendo mi cuerpo de arriba abajo, es una sensación que nunca he experimentado. Entonces, le oigo decir mi nombre, al principio en mi cabeza, después me doy cuenta de que me está gritando. Abro los ojos y lo primero que veo es un pájaro azul volar frente a mí. Miro hacia abajo y… ¡estoy volando! Atónita, pero segura de mí, le prometo que cumpliré su tarea y regresaré a por él. Mi viejo amigo, aún asombrado, sonríe y asiente con la cabeza. Asciendo hacia el cielo, abro los ojos y contemplo una inmensidad de nubes esponjosas y efímeras. Infinitos olores se cuelan en mis fosas nasales y consiguen que me transporte a diversos rincones del mundo en tan solo unos segundos. Llego a Yeing, la ciudad, el centro de todo, y le entrego el paquete a una mujer de cabello negro y ojos azules. Me recuerda a alguien. Ella no dice nada al verme llegar en lugar de a un hombre, solo asiente con la cabeza, me mira y se gira para volver a entrar al caserón.

–Qué sorpresa –dice al fin y se pierde en las sombras de la mansión.

Vuelvo a por Jinki y regresamos a Kendral. Todos, al verme volando y cargando con mi cómplice, se llevan las manos a la boca y reina el silencio. Desciendo y dejo con cuidado al chico. Entre la multitud se abre paso Gehik.

–¡Cómo! –sentencia con un golpe seco de voz.

–Y-Yo… ¡Las mujeres podemos! ¿Por qué los hombres sí y las mujeres no? Somos igual de capaces. ¡Lo estáis viendo!

Justo cuando el anciano va a contestar, aparece la mujer de antes. El pelo largo y oscuro le arrastra en una trenza, su piel de porcelana se disuelve en el blanco de su vestido y su mirada azul se clava en la del jefe.

–Ya la has oído. Se puede.

Sé que me sonaba de algo: era Sera. Era el pájaro azul que vi en mi primer vuelo. Ha estado viviendo en la ciudad, a veces como humana, a veces como pájaro... Y concluye con una frase crucial para las mujeres: “Podemos, tanto como vosotros o más, padre. Tenemos derecho a disfrutar del placer de surcar el ancho cielo azul, de vivir como aves, de ser libres. Así, como vosotros”.


GEMA FERNÁNDEZ


* * * * *


Mi puesto perfecto



Estoy nerviosa… Entro por la gran puerta que conecta el pasillo central del edificio con los departamentos más importantes. Se me olvida todo. ¿Qué sala era? ¿Dónde me entrevistarían para poder acceder al trabajo que había querido desde niña?

–Bueno, preguntaré en recepción –me digo.

Suspiro. Un suspiro de esos que sueltan los nervios. No sirve de nada… Tengo la sensación de que me sudan las manos. Tranquila, Raquel, tienes que causar buena impresión.

Llego a recepción y me atiende una mujer joven.

–Hola, buenas tardes. Tengo una entrevista con don Pedro López, Jefe de Recursos Humanos.

–Ah, sí, te estábamos esperando. Pedro López se encuentra en la sala 402, segunda planta.

–Muchas gracias –me despido con una sonrisa.

–Suerte… ­–le escucho decir, aunque no era su propósito.

Por qué me habrá dicho eso de esa forma… Estoy algo confusa.

Subo en el ascensor. Es todo espectacular, el sitio donde cualquier jovencita de veintiséis años quisiera trabajar después de terminar el posgrado.

Veo salir a un chico de la sala 402; muy sonriente, tal vez demasiado.

La puerta se queda entreabierta y sale otro hombre de la sala.

–Vaya, tú debes de ser la señorita Raquel Suárez, ¿o me equivoco?

–Sí, la misma ­–sonrío un poco nerviosa.

Él se limita a mirar hacia un montón de papeles que están encima de la mesa y me invita a pasar.

–Bueno, Raquel, vienes para el puesto de trabajo en…, espera…, mmm… Técnico de Proyectos de Ingeniería Mecánica.

– ¡Sí!, así es.

–Pero… ¿tienes algún tipo de experiencia?

–Bueno, he llevado a cabo muchos proyectos relacionados con esta ingeniería con mis compañeros de universidad. También he estado trabajando en un centro automovilístico durante dos años mientras estudiaba.

–Qué bien, Raquel. ¿Cuántos años llevas estudiando esto?

–Bueno, hice bachillerato científico y, hace aproximadamente siete meses, terminé la carrera de ingeniería mecánica y diseño automotriz. Me dieron una beca para trabajar en una investigación con mi profesor de Mecánica y a raíz de eso conseguí mi Máster de Postgrado en Automovilística en la Politécnica de Madrid.

–Ah… ¡qué interesante! ¿Cuántos idiomas sabes hablar? –coge mi currículo, lo mira y lo vuelve a mirar–. Aquí dice que… ¿cuatro idiomas?
–Sí. Puse italiano nivel medio porque allí estuve de Erasmus un semestre después de terminar mi primer curso de carrera; sé defenderme pero no tengo ningún título. Tengo elProficiency en ingles; estudié en el British Council. Francés, como optativa desde la ESO, y ahora estoy estudiando alemán.

–Está muy bien…Bastante bien. Y, Raquel, ¿vives sola?

–Sí, bueno, con mi pareja desde hace dos años.

–Ah…, vale. Y ¿tienes pensado tener hijos pronto?

–Eh… –dudo, no sé qué decir. Mi padre me decía que esto era una pregunta trampa y que siempre respondiera: ¿QUÉ? NO, NO. ¡NI LOCA! Pero en realidad sí que lo había estado hablando con Gorka, mi novio, y teníamos muchas ganas–. Bueno, a lo mejor para dentro de mucho tiempo –miento. No se le ve muy convencido y suspira. Habré hecho algo mal.

Con un golpe seco y brusco cierra la carpeta y se dirige hacia mí.

–Bueno, Raquel, muy bien –me da la mano–. La llamaré pronto y hablaremos del puesto, ¿de acuerdo?

Yo me limito a asentir con la cabeza, sé que he hecho algo mal.

Al salir de la sala, veo que se reúne de nuevo con el chico que había salido antes de la misma. Vi su foto en uno de los currículos encima del escritorio.



Entro por la gran puerta que conecta el pasillo central del edificio con los departamentos más importantes. Esto me gusta… Lo miro y lo vuelvo a mirar todo. Este es el sitio donde me gustaría trabajar.

Pregunto en recepción por la sala donde me hará la entrevista un tal Pedro. Estoy algo nervioso, pero presiento que el puesto será mío.

–Hola, buenos días, vengo para una entrevista con… ¿Don Pedro? ¿Puede ser?

–Sí, ¿eres José Gómez?

–El mismo.

–Le está esperando en la sala número 402, segunda planta.

–Muchas gracias.

Llamo a la puerta y abro

–¿Se puede? –pregunto.

–Sí, claro, pasa. Tú debes de ser José, ¿no?

–Sí, encantado.

–Bueno… Y vienes para la vacante de Técnico de Proyectos de Ingeniería Mecánica.

–Sí, justo.

–Vale. Tienes 26 años, ¿verdad? Esto… ¿Cuánto tiempo has estado estudiando?

–Después de terminar el bachillerato entré en la carrera de Ingeniería Mecánica y Diseño Automotriz.

–Y... ¿tienes algún tipo de experiencia en este sector?

–Pues no, en realidad todavía no. Pero quiero este puesto de trabajo para conseguir esa práctica que siempre he necesitado.

–Muy bien José, te veo un chico entusiasta y con ganas de tener el puesto.

–No lo dude –lo tengo en el bote, pienso.

–Y¿vives solo?

–No, vivo con mi novia desde hace un año o algo así.

–Ah, qué bien. Y ¿pretendéis tener una familia?

–Sí, estuvimos hablándolo hace un par de meses y nos gustaría mucho tener un hijo o tal vez dos.

–Oh, José, ¡qué bien! Te veo un joven bastante responsable y con ganas de poner su vida en orden. ¿Es así o me equivoco?

–Está usted en lo cierto –ya es mío. Me dijo mi padre que eso siempre colaba. Me aconsejó que si alguna vez me preguntaban si quería fundar una familia dijera claramente que sí. Es un signo de responsabilidad y orden en tu vida.

–Bueno, José, muchas gracias por haber venido. Tengo ahora una entrevista con una tal…Raquel; es joven y creo que está a punto de casarse, tardaré poco con ella; ya me entiendes –se ríe.

–Claro que te entiendo –yo también me río.

–Espera fuera y en unos quince minutos salgo y te explico un poco, ¿vale?

–Claro, aquí estaré ­–vale, el puesto es mío, me digo a mí mismo. Es mi puesto perfecto.


RUT GONZÁLEZ


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